Remontándonos de nuevo una vez más al mito del vampiro, el vampirismo se manifestó muy temprano en la historia, lo que no es sorprendente si se piensa en las poderosas virtudes atribuidas habitualmente a la sangre (tales como ser la fuente de poderío o ser el vehículo del alma) y el temor a la cólera de los difuntos, que se trata de apaciguar mediante ofrendas.
El origen claro y directo del mito de los vampiros no queda muy claro, y es muy probable que forme parte de muchas culturas antiguas desde tiempos inmemorables. Sin embargo, algunos estudiosos sugieren que el mito del vampiro, o, sobre todo el que se popularizó en Europa después del siglo XVII, se debe en parte a la necesidad de explicar, en medio de una atmósfera de pánico colectivo, las epidemias causadas por enfermedades reales que asolaron Europa, antes de que la ciencia lograra explicarlas racionalmente.
Inicialmente, la mayoría de menciones de seres con características vampíricas en la Antigüedad son parte del folclore y de los mitos en casi todas las civilizaciones, desde Egipto y Sumeria hasta las culturas indoamericanas. Uno de los mitos más antiguos son el de los Utukku, de la antigua Mesopotamia, culpables de las enfermedades y las pestes, pudiéndose considerar los antecesores de los vampiros.
El panteón asirio posee varios demonios chupadores de sangre, entre ellos la maléfica Lilith. Personaje también importante en el Judaísmo, dónde se menciona como la primera mujer de Adán, de quien se decía que se alimentaba de la sangre de los niños no circundados y es inspiradora de muchos personajes de vampiresas seductoras en la ficción por su acentuado carácter sexual.
En la antigua China se creía en la existencia de los Jiang Shi o vampiros zombis, sus extremidades son rígidas, de manera que sólo pueden avanzar dando pequeños saltos y con los brazos extendidos. Son completamente ciegos, pero presienten a las personas por su respiración. Si están descontrolados son seres muy peligrosos porque si muerden a una persona, la convierten también en otro muerto viviente.
Existen muchas más criaturas con similitudes a los vampiros de las culturas más antiguas, la diosa de la guerra egipcia Sejmet bebía sangre, en el folclore árabe y africano se menciona la existencia de unos demonios necrófagos y vampiros llamados guls (imagen inferior). En la India existen los vetala (demonios vampiros) Y a su vez en la mitología budista, hinduista y janista, existe una criatura llamada preta, condenada a beber sangre. Las culturas americanas tampoco se salvan, tanto el pueblo Mapuche, como el Azteca, como el Maya y el Inca tenían sus propias deidades y demonios con similitudes con los Vampiros.
Por otra parte, en la mitología de Europa, los griegos hablan de las sombras de la casa de Hades, dios de los Infiernos, criaturas que se alimentan de sangre, también otro personaje mitológico, la Empusa, un ser monstruoso con pies de bronce que podía transformarse en una bella mujer para seducir a los hombres y beber su sangre o devorarlos.
De la cultura griega y romana también se conoce el mito de Lamia (Imagen inferior), la vampiro maligna que vampiriza a sus víctimas y devora los fetos. Y de los romanos el de los larvae, no-muertos que habían pagado sus crímenes en vida y se vengaban de su estado esquelético y fantasmal absorbiendo la vida de los vivos.
De las leyendas rumanas también se habla de las strigoi (Imagen siguiente), deidades con rostro de mujer y cuerpo de pájaro que absorbían la sangre de los humanos mientras estos dormían. Avanzando un poco en la historia, en el siglo V, entre los francos, la Ley Sálica prevé multas a quienes practiquen el vampirismo: “…La mujer vampiro que devore a un hombre, comprobándose su culpabilidad, deberá pagar una multa de 8000 deniers”.
Tampoco en España faltaron las alusiones a estas criaturas, en Asturias, las guaxas hacen parte del mito, las guajonas en Cantabria y las meigas chuchonas en Galicia, brujas con un solo colmillo para succionar la sangre de sus víctimas, sobretodo niños.
La Edad Media y el Renacimiento fueron dónde el mito empezó a consolidarse y a ser parte de nuestra cultura. En el siglo Xl se encuentra la primera mención oficial del vampirismo en Occidente, después de lo cual el tema tiene un desarrollo prodigioso. Así, en el siglo XII, en Inglaterra, se reconoce que estas criaturas son tan numerosas que hay que quemarlas para apaciguar el clamor popular.
Además, varios personajes historicos se vieron envueltos en el mito, como Vlad Draculea, del cuál hemos hablado anteriormente en este blog. O en Hungría, la «condesa sangrienta», Elizabeth Bathory (1560- 1614), quien habría mandado asesinar centenares de mujeres jóvenes para beber su sangre y bañarse en ella a fin de preservar su célebre belleza de los estragos del tiempo.
Entrado el siglo XVIII empezó la auténtica locura en el tema. A partir de 1730 un extraño fenómeno, iniciado en Grecia, se extiende por toda Europa central: se profanan tumbas en serie. Los cadáveres, sospechosos de ser vampiros, son desenterrados, sus corazones atravesados por una estaca y sus cuerpos quemados. El ejército se vio forzado a intervenir.
Varias obras tratan este tema, entre ellas, una muy crítica, de religioso benedictino francés Dom Augustin Calmet. La mezcla de pasión y miedo es tal que Voltaire escribe en su Diccionario filosófico (1764): «No se escuchó hablar más que de vampiros de 1730 a 1735».
Finalmente en el siglo XX y aún hoy en el XXI, alimentado por un cine prolífico en películas de horror y la literatura fantástica, el mito fascina y marca, de tiempo en tiempo, la personalidad de asesinos sanguinarios como Peter Kürten (apodado «el Vampiro de Dusseldorf», siguiente imagen). Vlado Makaric, Kuno Hoffman, o la de los miembros de extrañas sectas llamadas «vampíricas».
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