sábado, 19 de marzo de 2011

Grandes Tesoros legendarios (Parte II)

Innumerables libros y filmes han tenido como principales protagonistas los tesoros perdidos u ocultos que la historia y el folclore ha brindado a nuestra mente. Provocando que durante siglos un vuelo a la imaginación impulsando en mar y tierra proyectos de cientos de hombres para encontrarlos, dominados sólo por una pasión y pecado: la avaricia.
A continuación os adjuntamos la historia de alguno de los más famosos, siguiendo con la temática iniciada en la Parte I de esta entrada, si conoces de algún tesoro legendario que crees que debería estar en esta lista no dudes en comunicarlo:
 

La sala de ámbar

 

Entre 1701 y 1709 un grupo de artesanos alemanes crearon un prodigio de las artes decorativas; un salón adornado con espejos, paneles de ámbar y hojas de oro, realizado en Prusia e instalado en el Palacio de Charlottenburg, propiedad del emperador Federico Guillermo I. En 1716 éste mismo se lo entregó a su aliado, el zar Pedro el Greande, de Rusia. La zarina Isabel de Rusia lo hizo instalar primero en el Palacio de invierno y luego en el Palacio de Catalina. Bartolomeo de Rastelli, el arquitecto italiano de la corte, hizo algunos ajustes al diseño del salón; el resultado fue sorprendente, media 55 metros cuadrados y contenía casi seis toneladas de ámbar.
Así permaneció dos Siglos más. Durante la Segunda Guerra Mundial, ante el avance de los alemanes, se ordenó reunir todos los tesoros artísticos de Leningrado para protegerlos del pillaje. Se dispuso a desmantelar el salón de ámbar, pero los especialista hallaron que el material se había vuelto frágil y quebradizo, así optaron por ocultarlo con papel tapiz. Los nazis lo descubrieron y lo desmontaron; los paneles fueron transportados a Alemania y exhibidos en el Castillo de Könisberg. El destino de ese tesoro se perdió en el misterio y, con excepción de algunas secciones, nunca fue vuelto a ver.
En la posguerra las autoridades ordenaron una gran búsqueda, pero desafortunadamente no tuvieron ningún éxito. Lo más probable es que haya sido destruido cuando los rusos entraron a Könisberg e incendiaron el castillo.
 
El tesoro de Pancho Villa
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En torno a la Revolución Mexicana de 1910 se han tejido distintas historias de tesoros escondidos bajo fincas y haciendas por los ricos latifundistas intimidados por los revolucionarios. Una de ellas involucra al célebre Pancho Villa, jefe de la División del Norte. En su época de gloria, hacía 1914, Villa y sus hombres se hicieron famosos por los saqueos indiscriminados que realizaban en casa y haciendas para repartir los bienes entre los peones pobres y necesitados. Aunque otras versiones no comprobadas (sita y fuente al final del texto) dicen que Villa no repartió todo lo que obtuvo; acumuló objetos valiosos y monedas de oro y, con la ayuda de sus hombres, los escondió en algún punto de la Sierra Madre Occidental. Al parecer Pancho les ordenó cavar fosos para sepultar el tesoro y allí mismo los mató a balazos para que no revelaran el escondite, como un verdadero pirata.
En una etapa posterior, la situación del país se tranquilizó y el presidente Huerta llegó a un acuerdo de paz con Villa, quien disolvió su ejército y se retiró a la Hacienda de Al Cautillo, en Durango.
Se cuenta que Villa realizaba viajes frecuentes al escondite para proveerse de recursos, pero el lugar quedó en el misterio después del 20 de julio de 1923, cuando el caudillo fue asesinado en una emboscada planeada por Álvaro Obregón. La leyenda dio lugar a dos películas estadounidenses y a varios libros haciéndola, no sólo una leyenda, sino una historia de la cual, el tesoro sigue desaparecido.
 
El tesoro de los cátaros
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En el siglo X, en Languedoc, al sur de Francia, cobró forma una corriente religiosa gnóstica pero cercana a la fe cristiana. Los cátaros o albigenses defendían creencias procedentes del Medio Oriente, como la dualidad creadora Dios-Satanás y la salvación a través del ascetismo. Ganaron influencia en Occitania y obtuvieron el apoyo de los nobles de la región. A partir de 1147 la iglesia inició un movimiento pacífico para detener el avance de esta "herejía"; no tuvo éxito, así en 1207 comenzó una Cruzada impulsada por el pontífice Inocencio III y apoyada por los nobles del norte de Francia, deseosos de apoderase de las tierras de los cátaros.
Para 1243 el último reducto cátaro era fortaleza de Montsegur, en lo alto de una montaña de los Pirineos franceses. Permanecían allí quinientos cátaros, sitiados por veinte mil enemigos. Se supone que recibían víveres por una red de pasadizos ocultos y que antes de su derrota los utilizaron para sacar de allí su mayor tesoro, el Santo Grial, que estaba bajo su custodia. Otra versión asegura que cuatro cátaros se descolgaron en secreto de la fortaleza para ponerlo a salvo.

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